"Uno debe dedicarse a lo que sabe hacer bien"

10 Oct

Cuando fue embajador en China

"Uno debe dedicarse a lo que sabe hacer bien"

Por: Margarita Vidal / Especial para El Espectador
El 30 de septiembre de l980, en la revista Cromos, su directora de entonces le hizo una de las pocas entrevistas que concedió en vida Julio Mario Santo Domingo.

El día de su matrimonio el 15 de febrero de 1975. / Hernán Díaz El día de su matrimonio el 15 de febrero de 1975. / Hernán Díaz

 

Julio Mario Santo Domingo huía de la publicidad como de la peste y se caracterizaba por un discreto manejo de su vida personal y familiar.

Muy poco se supo a través de su larga existencia sobre sus gustos y vida privada porque no le gustaba conceder declaraciones a la prensa. Me asomé por primera vez a su personalidad, hace 31 años, cuando el presidente Turbay lo nombró primer embajador de Colombia en la China y logré una entrevista que logró descorrer un poco el tupido velo con el que siempre había querido proteger su vida personal de la curiosidad pública.

Santo Domingo era un hombre alto, buen mozo, de impecable elegancia y gran porte. Tímido, casi lacónico, distante a ratos, e informal a veces, cuando su sangre costeña lo alejaba momentáneamente de su solemne atavío de hombre de negocios y exitoso empresario.

En aquella oportunidad me contó que la explicación de su nacimiento en la ciudad de Panamá era muy sencilla: en Barranquilla existía la costumbre de que las señoras dieran a luz en Panamá porque después de la construcción del Canal los gringos hicieron allí un magnífico hospital y el de Barranquilla dejaba mucho que desear.

Un tío de su mamá era el médico jefe del hospital panameño, de modo que doña Beatriz Pumarejo de Santodomingo tuvo sus tres hijos allí. Cuando le pregunté cómo recordaba sus años de infancia, sugiriendo que tal vez por haber nacido en una familia tan adinerada, había sido un niño solitario, descartó categóricamente mi suposición y aseguró que había tenido una infancia feliz desde todo punto de vista: “Tenía una salud a toda prueba y le puedo asegurar que los recuerdos de mi niñez son muy buenos porque mis padres tenían un matrimonio muy unido. Naturalmente era una existencia muy burguesa… viajábamos a Europa todos los años con el aya y una sirvienta, en unos viajes larguísimos por barco. Eran viajes estupendos, con rumbo pero sin itinerario fijo. Nos quedábamos lo que queríamos en cada lugar. Yo, por ejemplo, estuve un año entero en un colegio español. Recuerdo que cargábamos con baúles grandísimos donde echábamos todas nuestras cosas, libros y juguetes, que nunca podíamos recuperar durante la travesía porque, obviamente, iban en la bodega. Eran viajes sin prisa, amables, plácidos y entretenidísimos”.

Recordaba que su institutriz era ‘una alemana terrible’ y decía con mucha gracia que afortunadamente no la recordaba mucho.

“Era una vieja super-nazi. Me obligaba a comer todo lo que no me gustaba. Por ejemplo, nunca me ha gustado el coco y recuerdo con espanto una vez que dije que no quería dulce de coco y ella me obligó a comerlo a la fuerza hasta que tuve que vomitar en el plato, ¡sin ningún protocolo! Además me pegaba y me bañaba tres veces al día. Era algo horrible. Imagínese que me había impuesto la obligación de que yo le tenía que besar la mano a mi mamá y a mi papá, y cuando iba a visitar a la abuelita, tenía que ser rígido y almidonado, como en visita. Era espantosa. ¡Ah!, me daba además clase de aritmética, dibujo, geografía e historia”.

Julio Mario no fue entonces al colegio en la primaria y, a pesar de mi escepticismo, aseguraba que había sido un niño completamente normal.

A mi afirmación de que debió haber sido un insoportable ‘hijo de papi’, mal educado e insolente, respondió que con una institutriz como la que me había descrito, los comentarios sobraban.

“Por lo demás, mi papá era demasiado inteligente como para levantarme en esas condiciones”.

Julio Mario tuvo un largo peregrinar por diferentes colegios. Estuvo interno durante cuatro años en el Gimnasio Moderno al cuidado de don Agustín Nieto Caballero, pero no se graduó. Posteriormente viajó a los Estados Unidos a estudiar en Andover, Georgetown, y decía con gracia, que “le parecía recordar” que había estudiado algo de Economía en el Foreign Service School, donde recibió clases de Derecho Internacional, y una sumaria instrucción en cuestiones diplomáticas, que solo veinticinco años después habría de poner en práctica ante el gobierno pekinés.

El siguiente es el texto de una de las pocas entrevistas que concedió en su vida este hombre legendario, admirado por unos y envidiado por muchos, que llegó a ser el más rico del país gracias a sus numerosas empresas: petroquímicas, siderúrgicas, grasas, cervezas, concentrados, restaurantes, periódicos, revistas, agua embotellada, jugos de frutas, telefonía móvil, cadenas radiales, aerolíneas, seguros, concentrados, entre otras.

— Sé, de buena fuente, que fue usted un adolescente bastante desjuiciado y bohemio. ¿Va a negar que era muy rumbero?

“¡Pues claro que era rumbero! Ajá, ¿y por qué no? Era lo normal entre todos los que estábamos en Washington; gente muy activa y divertida. La recuerdo como mi mejor época. Figúrese usted que a lo último ya íbamos al colegio de noche porque las trasnochadas nos impedían ir por las mañanas. Entonces las clases eran de 6 a 9 de la noche y teníamos que irnos ya con el smoking puesto y gabardina encima, para no perder tiempo. Era la época en que estaba de embajador Carlos Sanz de Santamaría que era sumamente simpático. De modo que si lo que usted quiere decir con lo de ‘bohemio’ es que era descomplicado y anti-pomposo, le contesto que sí entro en esa denominación”.

—¿Tuvo usted condiscípulos notables, gente de aquella que después pasa a la posteridad?

“Pocos más bien, pero recuerdo que en Andover estaba George Bush, quien es hoy candidato a la vicepresidencia de los Estados Unidos al lado de Ronald Reagan”.
Cuando le pregunté si el haber nacido en un medio opulento podría haberle distorsionado su visión del país e impedirle ser consciente de sus problemas y de la miseria que nos circunda, me contestó muy cortante:

“No hable tanto de opulencias. Mi hábitat fue generalmente sobrio y, por lo demás, las personas normales se dan cuenta siempre de la suerte de los menos favorecidos que hay en el mundo, porque no es un fenómeno exclusivo de Colombia sino histórico y universal”.

— ¿Le interesaría eventualmente ejercer la política? le pregunté con la cara del gato que se comió el canario.

“Francamente no. Yo estoy en otra cosa. Me interesa ganar dinero, sería hipócrita no reconocerlo, pero no solamente por ganarlo, sino también para crear cosas que le sirvan al país. Pero yo no sirvo para la política. Zapatero a sus zapatos. Uno debe dedicarse a lo que sabe hacer bien. Creo que no me arriesgaría a ser un político malo y seguramente lo sería porque, por ejemplo, no tengo facilidad para hablar en público, ni soy amigo de componendas. Digo las cosas como son y carezco de la sutileza de los políticos. Por otro lado, no conozco a fondo el país y ésa es una premisa básica para quien quiera dedicarse con éxito al ejercicio político”.

— Puede ser cierto, pero usted tiene solucionado uno de los problemas más grandes para cualquier político, que es el aspecto económico. La mecánica del funcionamiento político se aprende.

“No estoy de acuerdo. Fíjese que la mayoría de los grandes políticos colombianos no han sido ricos. Los que llegan a presidentes, que son los grandes políticos porque esa es la culminación de su carrera, no han sido gentes de fortuna y tampoco han salido ricos de la presidencia. Aquí ha habido indelicadezas, sí, a lo sumo, pero ninguno se ha aprovechado del cargo”.

— Hablando de presidentes se cocina la candidatura del doctor Virgilio Barco y, sin que esto implique una intervención en política, me gustaría saber qué opinión tiene de él.

“Creo que desde el punto de vista liberal no hay mejor candidato que Virgilio Barco.

De eso no hay duda. Sería un regio presidente porque es un tipo preparado, graduado en MIT, con conexiones internacionales como no las tiene nadie en el país. Tiene muchas cualidades y seguramente defectos. Como dice Deng Xiao Ping, que Mao tiene 70-30 yo diría que Barco tiene 90 a 10 y eso es magnífico”.

— Desde luego aproveché para decirle que todo el mundo se había quedado boquiabierto cuando aceptó la embajada en China porque se le asociaba más con la vida diplomática en París y presentando credenciales en el Elíseo.

“Yo siempre he sido, no un orientalista, pero sí un gran admirador de todo lo chino.

Pensaba hacer un largo viaje por mi cuenta, así que el doctor Turbay me dio un gran gusto al ofrecerme la Embajada. La verdad es que me parece un país fascinante, lleno de misterio y de embrujo como ningún otro. ¡Imagínese un país de mil millones de habitantes donde se están acometiendo obras de primer orden! Piense en los seis mil platos que tiene la comida china… en la pintura, los muebles, las porcelanas, la orfebrería, el lacado… para mí el arte chino es la expresión más refinada del gusto del hombre. Por donde uno lo mire, así que no exagero si le digo que lo chino me conmueve, me excita y me encanta. Por eso me río cuando me hablan de la ‘monotonía’ en China. Una persona con un mínimo de curiosidad intelectual no puede aburrirse. Por lo menos eso no me ocurriría a mí ni por un minuto. Por el contrario, lamento no haber ido más joven para poderme compenetrar más a fondo con ella y conocerla, dentro de lo que eso es posible, en profundidad”.

— Usted tiene fama de ser uno de los hombres mejor vestidos del país. Vestiría el modelito gris verdoso de dril y cuello Mao, para tratar de ambientarse?

“Lo usaría porque me parece práctico pero no por ambientarme, pues ya sabe usted que el hábito no hace al monje”.

— Habría aceptado si lo hubieran nombrado segundo embajador en la China?

“El orden de los factores sí altera el producto”.

— Volviendo a lo de la indumentaria, son famosos sus zapatos John Lobb y sus modelos de Anderson and Shepperd, su clavel blanco en el ojal y sus lujosos chalecos. Pero me contaron que últimamente anda muy orondo luciendo imponentes trajes ingleses de hace veinte años… ¿no regala sus trajes usados?

“Si usted me guarda el secreto, le diré quién es mi sastre en Barranquilla y las maravillas que es capaz de hacer con telas nacionales”

Ahora el que me mira con aire de haberse tragado el canario es él.

— Cuál es el secreto para conservar su silueta: ¿hace dieta rigurosa, jogging o bicicleta estática?

“De pronto es la misma fórmula suya”.

— Le agradezco la galantería pero me da curiosidad saber como compagina su línea con su fama trasnacional de gran gourmet.

“Déme usted la fórmula y también le guardo el secreto”.

— Celebro que usted esté menos tenso y que su reconocida fobia por los periodistas haya cedido algunos milímetros para dar paso a esa discreta sonrisa. Cuénteme….¿A Ricardo Samper, nuestro reconocido líder comunista, lo escogió usted como ministro consejero, o se lo impuso la Cancillería?

“A Ricardo lo sugerí yo y lo nombró el gobierno, porque entre sus muchos atributos goza del privilegio de ser uno de los pocos colombianos que ha vivido largo tiempo en la China, donde se le aprecia mucho por sus méritos”.

— Pero siendo usted, por un lado, capitalismo puro y Ricardo, por el suyo, comunista puro… ¿qué resulta de ahí?

“¡Pluralismo puro!”

— Dicen que cocina usted como los ángeles. ¿Dónde aprendió?

“En Los Ángeles, California”. Risa.

— Le salen muy bien los calambures pero quisiera que me contestara seriamente sobre este punto, porque me han dicho que para usted es importantísimo.

“Claro que me encanta cocinar, sin embargo no he hecho ningún curso de alta cocina ni cosa parecida. He cocinado mucho y tengo algo de experiencia. Además, cocinar es algo verdaderamente relajante”.

— ¿En su concepto cuáles son los mejores chefs del mundo, hoy? (1980).

“Los franceses Paul Bocuse, por ejemplo, Alain Chappelle y los hermanos Trois Gros”.

— ¿Cuál es para usted el lujo más grande?

“Tener tiempo para hacer lo que uno quiere. Porque el señor Rockefeller puede tener diez mil millones de dólares, por ejemplo, pero no puede ponerse más de un vestido, hacer tres comidas al día o tomarse una botella de whisky. Pero, sea lo que sea que usted quisiera hacer, siempre está limitado por el tiempo. Nada más cierto y estremecedor que la frase de Camus en ‘Calígula’: “El hombre no puede ser feliz porque sabe que se va a morir”.

“Así que todo es temporal, todo es transitorio y por lo tanto no hay que ponerle mucha trascendencia a las cosas. Frente a la eternidad todo es efímero y fugaz”.

— La verdad, al principio de esta entrevista me sentí casi culpable porque parecía usted como si le fueran a practicar un “tercer grado”. ¿Por qué es tan difícil con los periodistas? ¿Por qué no le gustan las entrevistas?

“Porque una entrevista significa desvestirme quedándome con la ropa puesta. Es un ‘strep-tease’ intelectual que te obliga a desnudarte anímicamente con la persona que hace las preguntas y eso no resulta muy atractivo. Por otro lado, las cosas salen forzadas porque uno se parapeta tras un mecanismo de defensa que lo hace inabordable y muchas veces estereotipado. A nadie le puede gustar dejarse esculcar el alma, ni que le indaguen sus interioridades. A mí menos que a nadie”.

— Es curioso que diga que no tiene tiempo de hacer lo que quiere. Todo el mundo piensa que se da la gran vida en medio de exóticos viajes, exquisitos restaurantes, soirèes internacionales, lujosos yates y hoteles. ¿No es así?

“Nunca se tiene tiempo y yo, desgraciadamente, no lo tengo tampoco. Nunca. Y es que en general la gente siempre está apresurada por una u otra razón. A la hora de almuerzo todo el mundo sale a la estampida porque tiene citas y compromisos. La gente que te invita a su casa por la noche te advierte que al otro día hay que madrugar. Los domingos, que son supuestamente de descanso, todo el mundo se entrega a ejercicios violentos para compensar los que no hicieron en toda la semana y, finalmente, todo el mundo está más cansado los lunes que los viernes. Es algo aburridísimo”.

— Pues nadie diría que usted vive tan apresurado, por cuanto sus numerosas empresas están comandadas por excelentes colaboradores.

“Pues sí, me precio de tener los mejores colaboradores del mundo. Modestia aparte, ése es el secreto. Pero no crea que orquestarlos es fácil. Entre otras cosas porque como son tipos de fuerte personalidad, estrellas, hay que estarlos conteniendo para que no haya fricciones y lograr un equipo armónico…. un verdadero ‘team-work’. Y aunque usted no crea que yo trabajo, desde las seis y media de la mañana estoy en contacto con todos ellos. En mi casa nunca contestan que estoy dormido, en cambio en la de ellos sí, algunas veces. ¿Quiere saber si trabajo? pregúnteselo a la gente que trabaja conmigo”.

— Sé que usted es un consumado y afiebrado jugador de póker, aunque sus contertulios aseguran que no es ni arriesgado ni imprevisible. ¿Qué tan buen jugador se considera?

“Pregúnteles a las víctimas, entre las cuales se cuentan buenos amigos suyos y hasta parientes”.

— Ummm… dicen que juega sumas astronómicas.

“No es cierto en absoluto. Es un juego amistoso. Claro que a veces pincha”.

— Se sospecha que usted quiere aprovechar ese gran potencial de mil millones de chinos para venderles cerveza enlatada.

“¡No, hombe, qué va! ¡Si los chinos hacen una cerveza estupenda! Esa la he probado y es buenísima. No sea insidiosa”.

— Usted perteneció al famoso grupo de La Cueva, de Barranquilla, donde estaban también el inolvidable ‘cabellón’ (Álvaro) Cepeda Samudio y personajes inolvidables como Alejandro Obregón. ¿Cómo los recuerda?

“Cepeda fue uno de mis mejores amigos y eventualmente mi estrecho colaborador. Su muerte no le quitó brillo ni contenido a su gran talento, pero sí dejó un vacío irremplazable de calor humano entre quienes tuvimos el privilegio de gozar de su compañía y su amistad. Su muerte prematura fue horrible y la verdad es que no me gusta hablar de ello”.

— ¿El grupo de La Cueva tenía pretensiones intelectuales?

“¡No hombe! qué va. (Es la segunda vez que deja que el desparpajo costeño le de un toque informal a sus respuestas) Éramos un grupo que ib a tomar trago (yo iba ocasionalmente) y a hablar de Faulkner a quien todavía no habían descubierto en Colombia. Era un grupo intelectualmente un poco ‘snob’, pero muy agradable. Y, efectivamente, estaban allí Alejandro Obregón, Alfonso Fuenmayor, Germán Vargas Cantillo, Vila, el tabernero, que era coleccionista de pinturas y a quien un día le pegaron un botellazo y lo dejaron como un vegetal hasta que se murió”.

— He leído un hermoso cuento titulado “Divertimento”, escrito por usted en esa época. ¿Por qué truncó su carrera literaria si los conocedores lo incluían entre los ‘nuevos valores literarios’, al lado de García Márquez y Cepeda

“No me abrume usted…. que unos pocos cuentos no constituyen ninguna carrera literaria. Además ese cuento que usted conoce está mal traducido”.

— ¿Cómo que mal traducido? ¿Luego lo escribió en otro idioma?

“Sí, yo escribía mejor en inglés”.

— ¿Por qué le sirvió de modelo a Obregón para su retrato de Bolívar?

“Ah… ¡Yo posaba con un calor espantoso! Porque aunque nos tomábamos unos tragos, me tenía que terciar una manta. Serví de modelo porque en ese momento Alejandro no tenía con qué pagarle a un modelo profesional”.

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